Monday, March 31, 2014

De amores y relaciones en “Dejar las cosas en sus días” de Laura Castañón, Ed. Alfaguara, Madrid, España, 2013 (7)




La vida ficticia de Andrés Braña:

Uno de los personajes mejor logrados de esta novela -para mí-  es el del padre de Bruno, Andrés Braña, eje vertebral de la novela, en el que  el narrador omnisciente muestra de forma contundente y eficaz  su compleja personalidad.    Ya hemos visto  antes  la difícil relación que mantenía con su hijo Bruno y también  como  fue que Andrés llegó a la familia de la madre de aquel y se casó con ella.

Lo primero de lo que tenemos noticia  en la novela es que Andrés, nonagenario,  ha sido –erróneamente, eso lo  sabrá el lector después-  diagnosticado con Alzheimer (50). Debo decir que es maravillosa la descripción que la autora hace de esta enfermedad y su progresión,  con el símil del desmantelamiento de un edificio, que cuantos  más pisos tenga, más tardará en desmontarse (108-109).   El impacto que este diagnóstico tiene en Andrés es,  obviamente, devastador, y va a provocar en él una batahola de  sentimientos y pensamientos  que van desde el querer “dejar las cosas en su sitio” sin remover el pasado (109) a una satisfacción casi masturbatoria  “en redimirlo del olvido” (237), porque el deseo por hacerlo,  lo  había  querido devorar (188).

A una edad tan avanzada como la de este  personaje que incluso tiene 4 años más de los 90 declarados en su  documento de identidad (138)  es absolutamente esperable que la persona, en la vida real, pierda memoria a corto plazo y sin embargo recuerde con extremada lucidez su pasado lejano,  tratándose de un envejecimiento normal.   Esto lo señala muy bien el narrador omnisciente en varias ocasiones a lo largo de la novela,  como cuando Andrés  olvida la contraseña que había colocado en los archivos de su ordenador (191),  sin que implique por ello, ningún  deterioro  cognitivo patológico como  lo sería una demencia tipo Alzheimer,  que además dicho sea de paso, suele estallar mucho antes en la vida de un individuo. Como sea, el efecto devastador que produce ese diagnóstico mal hecho por un Neurólogo a ojos vistas  inexperto en Gerontología –que lamentablemente los hay-,  provoca en Andrés “una ataque a traición de los  recuerdos más remotos” (137-140) y sin saber bien qué  hacer con “aquel puñado de recuerdos que crecía como una marea enfebrecida y que sólo le pertenecían a él" (186-191). Así nos  vamos enterando de su biografía, la real, no la ficticia inventada y vivida hasta entonces.  Significativo es que un día Andrés, (que ya había empezado a escribir sus  memorias en el ordenador), escribiera  la palabra “golpe”  en lugar de “galope”  (188) (referido a cuando el padre llegaba a galope, Andrés recordaba muy bien el ruido de los cascos del caballo, p. 139). El padre siempre estaba borracho, golpeaba a la mujer sin piedad,  y lo hizo, hasta matarla en la cocina. Andrés de once años por aquel entonces, vio a la madre muerta en un charco de sangre en la cocina, no necesito decir aquí la experiencia traumática que significa  una tragedia  de tal magnitud en la vida de un niño ¿verdad?.  Después de que el padre fuera encarcelado, asumen la custodia del niño el maestro  Jacobo Ordoñez y su mujer Matilde (189).  Igualmente recuerda Andrés a su hermana Inés muerta  y a algunas de sus amantes, como a Preciosa Duarte, a quien visitará ya de viejo, un día en la Casa de Reposo, en dónde ésta se alojaba (404-410) nos lo relata el narrador omnisciente en una escena francamente entrañable.

 Un día,  descubre Bruno un volumen  de poemas de Federico García Lorca  en la Biblioteca del padre, dedicado a un tal Ángel (208) y se lo lleva a la Neuróloga joven que esta vez  entrevista a Andrés,  quien  hasta el momento había pasado las pruebas médicas  exitosamente (para corroborar –o descartar- el diagnóstico  de Alzheimer) y Andrés que no está dispuesto a revelar aún  el significado de ese libro en su vida (la verdadera) finge entonces tener esta enfermedad (461-464).  Al ser confirmado el diagnóstico, --.embuste de Andrés mediante- Bruno se descorazona y vuelve sobre el tema de que el padre acceda a ser entrevistado por Aida (491, 492), mientras, el padre se cuestiona para qué escribir unas memorias que vayan a “perpetuar la gran mentira” (493), aunque accede finalmente a ser entrevistado por ella y Aida y él se encuentran (498-500 y 508-511).  Igualmente él ya ha ido grabando su biografía (256-258, 285-288, 330-332). Incluso, este especialista en hacer “el paripé” (257) le deja una grabación a Aida revelándole –confesando-  su gran secreto (534-546) y a ella la potestad de revelarlo o no a su hijo Bruno.


Abuelo Ángel Bravo;  nudo, enigma, confusión y mito:  

Desde el principio de la novela Aida tiene una obsesión –“objeto primordial de su existencia”- por descubrir la  tumba del abuelo (66) a quien cree represaliado en el 37 cuando los nacionales entraron en Asturias  (67) y dedica mucha energía en descubrir el pasado de su abuelo, para ello va reconstruyendo la infancia de su abuela en la casa de Pomar y la vida del pueblo minero en Bustiello, Asturias,  -el pueblo modelo del Marqués de Comillas- en un magnifico entramado de relaciones que vamos conociendo a lo largo de la novela, a cual más interesante.  De aquella época sólo  queda viva su  tía abuela Paloma y ella, por fin, se decide a hablar y contarle a su sobrina-nieta   lo que recuerda de su abuelo. Lo veremos en los siguientes párrafos, de momento,  Aida que ha estado investigando sobre las Misiones Pedagógicas, se ha despertado  por una pesadilla sobre la guerra,  en donde sabe que se encuentra "el nudo" que ha venido a estructurar su vida, sumado a "la ceremonia de confusión" en que han estado sumidas la  abuela, la madre y ella -según le escribe a Bruno en un correo- lamentando lo tremendo de un enigma  en torno al cual se ha construido una leyenda (174, 175).  

Mientras Paloma-anciana critica lo “panfletaria” que a veces es Aida (dividiendo siempre a la gente en dos bandos),  comienza a contarle a Aida las  muchas cosas  que la abuela Claudia había metido en la cabeza de su madre  Inés,   en cuanto a la ideología del abuelo que era “un rojazo”, igualmente,  le cuenta que la abuela veía a  Bruno (Cuando actuaba en Estudio 1)  parecido al abuelo (324) y le habla a Aida de lo guapo que era su abuelo, tan guapo como un actor de cine   (engominado, con mechón cayendo y una sonrisa preciosa), elegante, con  mucho mundo (444, 447).  Ángel Bravo era un maestro que  había  llegado a Bustiello con las Misiones Pedagógicas (MP)(454), la abuela Claudia lo conoce  cuando Ángel  integraba el Coro y Teatro del Pueblo de las MP,   cruzaron sus miradas,  y la abuela quedó prendada de él sin podérselo quitar de la cabeza  (455), Claudia, la abuela,  se ofreció  entonces a ayudar en el montaje de una exposición por la que Ángel, seguiría en el pueblo (456) y  ella se enamoró de él apasionadamente (457) Su hno de leche y prometido (en secreto), Andresín,  que la quería con amor profundo y verdadero,  supo que ella se había enamorado de “el misionero”, tal era su apodo. (457). Ángel  muestra ser de una “apabullante personalidad”, “de cuidado, hábil, inteligente y particularmente diestro a la hora de influir en la gente y conseguir de ella, ellos,  lo que quisiera”, como cuando convence al Turronero Francesc de seguirlo (458). Con los datos que Aida ha conseguido hasta el momento, se empieza a imaginar a su abuelo –“ese ser mitológico (…)”-  y lo ve como  manipulador de voluntades ajenas para lo cual tiene “una fuerza inusitada”  que atrapa  “victimas”  o “destinatarios” “con una planta irresistible y un pico de oro que no dejaba ninguna posibilidad de huir”  por lo que su abuela, pueblerina  y adolescente, debió sentirse “inerme” (459).    

Esta figura legendaria, idealizada del abuelo, en la vida de Aida, que además, recordemos,   ha crecido con un padre ausente – si estuviéramos hablando de una persona real- suele provocar un desajuste considerable en lo que hace al modelado de personas significantes masculinas en su vida, lo cual repercutiría sin duda en  las elecciones de parejas  (erradas) y un sinfín de  relaciones colapsadas,  en las que ella demanda a los hombres (aquello que no pueden darle, porque ninguno por mejor elegido que estuviera, llegaría a los pies del abuelo, bajo cuyo mito ella creció)  tal como sucede con el personaje de Aida diseñado en la novela.

Luego, a partir del relato que su tía abuela hace de su abuelo,  Aida compara la personalidad avasallante de Bruno con la del abuelo  y encuentra entre ambos similitudes. Ella dice que intuía en Bruno una “inteligencia manipuladora y a veces cruel”  al lograrla  seducir y “ella cae con todo el equipo” o eran esas intuiciones sobre Bruno, resultado de sus propios miedos,  se pregunta (460). Y vuelve aquí a considerarse víctima a merced de los encantos de Bruno (461), siempre desde su subjetividad (relatado por el narrador omnisciente), claro está, incluido el tema de los celos que le provocaba el que Bruno tuviera éxito con las mujeres,  que hubieran sido o pudieran ser amantes suyas (sin que nos conste por parte de él),  y el desprecio de Bruno  hacia ella, cuando  Aida  lo increpaba al respecto (461).

Aida -víctima-,  culpa a Bruno de “manipulación perversa”  (¿o grandes dotes de seductor?) pero eso no justifica que busque esos rasgos en su abuelo porque no cuadran con el mito bajo el cual creció (461),   en una clarísima idealización del abuelo (volveré sobre esto más adelante).   


Andrés Braña/Ángel Bravo ¿quién es quién?  y la deconstrucción de un mito.

Andrés Braña ha suplantado una identidad, bajo la cual ha vivido desde el final de la guerra.  La nueva identidad  que ha tomado, resulta ser la de Andres(ín) Barea, hrno de leche y prometido (en secreto) de Claudia, abuela de Aida. Andresín, hizo eso y más,   ofrendó su vida por amor, para que Ángel volviera por Claudia  embarazada, la cuidara, y se la llevara lejos, dónde estuvieran a salvo.  Ángel Bravo, alias “el misionero”, tomó la identidad huyendo por los montes de braña;   poco más tarde, modificó el apellido original Barea,  para convertirlo en Braña en honor a los montes que lo habían protegido (537).  Jamás volvió por Claudia y aún más, se hizo pasar por hombre de derechas viviendo una vida completamente ficticia.  El tan mentado "héroe” de guerra en el imaginario familiar de Aida, caído al luchar por los ideales de la izquierda, represaliado,  resultó ser  un cobarde egoísta, al fin de cuentas -humano-  que sólo pensó en salvar su pellejo.  Un mito de héroe con  pies de barro, que se desploma y hace añicos, de saberse, pero esto lo sabe  sólo el lector; los personajes no, al menos no hasta el final de la novela.

En la vida real, muchas  personas viven actuando múltiples roles  a lo largo de su vida, pasando de uno a otro o viviendo varios simultáneamente, -como vemos que lo hace Bruno, personaje que además es actor profesional-  uno de los aspectos más importantes del crecimiento como personas, es llegar a conectarnos  con nuestro verdadero ser interior y lograr vivir una vida auténtica, siendo nosotros mismos.  Vivir falsos roles tiene su precio, lo vemos en el sufrimiento de Bruno, que no es feliz tampoco  cuando los actúa en su vida personal.   En el caso de Andrés/Ángel,  es diferente, aquí se ha producido un cambio absoluto de identidad.  Ángel “muere” para “ser” Andrés ¿pero muere realmente Ángel?   Ángel, -lo vemos acertadamente  en la narración-  ha sido relegado a un lugar recóndito del inconsciente, de ahí que ante un diagnóstico traumático como es una demencia tipo Alzheimer, esa personalidad tenazmente reprimida,  puje por volver a la conciencia y evitar de esta manera,  el aniquilamiento total (137-140).

En el caso de Andrés/Ángel, hay otro aspecto por lo que este personaje me resulta tan interesante:   En su nueva identidad, actúa como un hombre de derechas, sin pasado, sin padres ni historia previa al encuentro con la que va a ser su mujer y madre de Bruno, Piedad; un hombre -mujeriego y seductor, siempre-  que odia a los extranjeros, y su nieta china es “la chinita” “que lo revuelve todo” y nada nieta, “tan ajena a su sangre”  (288), un padre que ha controlado y desvalorizado permanentemente  a su hijo y a sus nietos mayores que considera un “par de gillipollas”,  etc, etc,  y esto no podría  hacerlo  sin cometer algún acto fallido o lapsus lingue, por más cuidado que tuviera, poniéndose al descubierto,  sino produce además un des-enganchamiento  de la instancia moral, por la que desengancha también,  la culpa.  Andrés Braña vive esa nueva vida, sin culpa, no hay ningún remordimiento de conciencia, por haber dejado a Claudia embarazada (540), ni porque el verdadero  Andrés(in)  muriera por él sin que Andrés/Ángel cumpliera su promesa (535, 542) .  Tampoco  hay culpa  cuando Andrés/Ángel querría ver la cara  que el hijo pondría de saber su verdadera identidad (187),  huelga decir,  que con una total carencia de empatía por el hijo y por lo que éste pudiera sentir al constatar que ha crecido en medio de  una gran mentira.

Qué Andrés/Ángel haya querido olvidar su pasado en un primer momento,  es comprensible, como comprensible es que no sepa dar a su hijo el afecto y reconocimiento (o confirmación)  que no tuvo de su padre.  Era un niño  cuando vio a su padre maltratar a su madre hasta matarla; la vio muerta y en un charco de sangre en la cocina (189).   Este es un trauma horrendo, del que pocos  pueden recuperarse y salir indemnes, lo  natural  en estos casos  es que lo olvide automáticamente, ni siquiera sería una cuestión de preferencia,  (puesto que el monto de dolor sería intolerable para la conciencia y el aparato psíquico no podría soportarlo), olvidando  del todo  a su padre, (reprimiendo, entonces tal como Andrés lo hace- esas  vivencias extremadamente dolorosas en un rincón del inconsciente),   y que prefiera incorporar  a su maestro como padre adoptivo y modelo, que sí le brindó afecto y se preocupó por él ( 189, 285-287),  tanto como también incorporar  sus ideales ¿pero,  los hizo carne? ¿o los siguió sólo para granjearse su afecto y reconocimiento?. ¿Cuál es el peso de la carga genética y  cual la de lo visto y aprendido del padre, del maestro? ¿”Matando” a Ángel, mataba al padre? ¿Pero “siendo” Andrés, no vuelve a ser más cercano a lo que el padre era? Y paradójicamente, siendo Ángel, ¿no se acerca más  a su propio hijo Bruno?.

La culpa aparece cuando va recobrando los recuerdos y su verdadera identidad: “Porque qué y quien había sido era tan confuso, que ni siquiera con la memoria íntegra se sentía capacitado para entenderlo, para descifrarlo y mucho menos para perdonarse” (140).


  El Miércoles que viene:   Cerrando círculos (el final de este trabajo)

Contribución a la lectura colectiva virtual que hacemos bajo la conducción de Pedro Ojeda desde su blog La Acequia.   ©  Myriam Goldenberg


11 comments:

Isabel said...

Curioso, tenía este libro apuntado para leerlo porque me habían hablado de él. Estupenda tu extensa reseña.

Gracias y besos.

María said...

Buuufff de un tirón te he leído MYR, necesitaría un par de horas para comentarte todo lo que me ha sugerido estos destellos de una novela que desconocía y que me han entrado muchísimas ganas de leer, diagnósticos erróneos, memorias selectivas, personalidades múltiples, locura y desconcierto que a veces devoran la mente humana sin piedad sobre todo cuando todo se cimenta sobre el barro de una infancia tan tumultuosa como parecen resultan ser las vidas de todos los personajes que mencionas...

Es malo no hacer limpieza general de vez en cuando en el coco... acumular mugre durante toda una vida termina por explosionar sin remedio, incluso limpiando de vez en cuando no impide que desgraciadamente a veces el cerebro se cale...


Ootra de sus genialidades exhaustivas ¿¿cómo lo haces?? pura disección quirúrgica es lo tuyo con los libros, maaaadre mía...


Enhorabuena! mil besos preciosa y muy feliz semana.

Genín said...

¡Feliz semana!
Besos y salud

Miguelo said...

no conocia este libro. pero ahora me apetece leerlo :)

Myriam said...

MARIA PILAR comenta:

He empezado a leerlo y me ha encantado, pero lo dejo porque estoy leyendo el libro y prefiero leerlo cuando lo acabe.
Un beso

Javier Rodríguez Albuquerque said...

Interesantísimo trabajo. Espero impaciente el final.
Un beso.

I. Robledo said...

La verdad es que no conocía esta obra... Tomaré nota, amiga...

Un abrazo fuerte

Paco Cuesta said...

Es uno de los personajes que más me han interesado. Gracias
Besos

Pedro Ojeda Escudero said...

Magnífico análisis. En efecto, este personaje no solo pesará sobre el pasado y el presente, también sobre el futuro. Uno de los que atrapan la intriga del lector.
Besos.

Abejita de la Vega said...

A mí lo que me resulta incomprensible es que alguien pueda mantener una falsa personalidad toda la vida. Andrés debía ser un actor extraordinario, cualidad que el hijo no ha heredado.

Nos aportas un buen estudio psicológico que se agradece.

Besos, Myriam

pancho said...

Tu análisis no es ninguna batahola (desconocía esta palabra) de observaciones superficiales, sino un estudio en profundidad del personaje, de arriba abajo nos lo has desnudado.

Cualquiera se atreve a tener secretos contigo, je, je.

Se ve que el personaje de Bruno es uno de tus favoritos, bien que lo defiendes.

Ya me he enterado del todo de qué pasa al final de la novela. Me parece mejor tramada y de un discurrir más complejo de lo que pensaba después de leer tus entradas.
Un abrazo.